Te anclaré a mis costillas y te amarraré a mi piel para así llevarte, como dice David Demaría, » entre la piel y el alma».

Y el alma subía y bajaba, intentando escapar de su celda de barrotes óseos. En su fuero interno no quería… Deseaba esa situación, esa postura acomodada. Aunque a decir verdad más bien anhelaba ser parte de ese entramado de piel y huesos porque aquello le hacía sentir que nunca estaría sola, que mientras estuviera encarnizadamente unida a él, siempre tendría un lugar cerca de su pétreo corazón.

Su corazón de piedra se iba transformando, perdiendo consistencia. Ella… Solo ella sería capaz de destrozar su coraza… Abrir de par en par su alma. Atraparle… Ser solo para ella.

Pero había algo oscuro en aquella minúscula y aparentemente insignificante gotita de agua que él desconocía. Esta, paciente, fue penetrando sus entrañas hasta que, al llegar el frío invierno, se convirtió en hielo quebrando todo lo que encontraba a su paso; partiendo en dos su ser.

Desposeído de toda su fuerza, de toda su garra, solo le quedaba suplicar clemencia. No podía, no quería medir sus fuerzas… Sabría que su corazón volvería a ser piedra… Coraza. Solo necesitaba dos palabras: te quiero.

Sabía muy bien que era presa de una ancestral maldición, que no podía amar sin dañar a quien amaba. Y por amor, le regaló dos palabras: lo siento.

Aceptó su regalo. Pero algo le decía que no duraría, que las luchas internas no se acaban. Y aun así siguió con ella, a sabiendas… Valía más un día en su compañía que una eternidad soñándola.

Pero por una vez estaba equivocado, por una vez el viento soplaba a favor de los enamorados y tanta dicha resultó para siempre. Con la llegada de la primavera y los primeros rayos de sol, aquella esquirla de hielo clavada en sus costillas se fundió y pasó a formar parte de su torrente sanguíneo.

MABM & O.

Poesía